junio 02, 2009

Crónicas de un buitre salitre

En tres semanas se casa un querido amigo y es el evento del año para mi semi-estática vida, así que me di a la tarea de buscar el atuendo perfecto para la ocasión, con la ayuda de la Monga logré encontrar un vestido muy guapo que asemeja un sillón (una monada) con toda la onda. En otro viaje a las tiendas conseguí las medias grises que quería para generar un concepto (que tengo muy claro en mi cabeza), ya sólo faltaban los zapatos. Así que el domingo último de mes la Monga y yo nos lanzamos al mall más grande de la ciudad para gastarnos el exceso de impuestos que tenemos de mayo (y no pagarle al SAT más que lo indispensable).

Al entrar a la primera tienda, ahí estaban, los zapatos perfectos, del tono del encaje de mi vestido, el estilo que buscaba, un tacón moderado, Hispanitas, comodísimos, hermosos y ¡Con el 50% de descuento! ¡Perfectos! El par que encontré era del 35, algo pequeño para mi, así que llamé a todas las fuerzas nobles del universo pidiendo que hubiera de mi número y ¡Sí! La dependienta encontró uno en mi número, pero sólo localizó el pie izquierdo, igual me lo probé en lo que la señorita buscaba el par. Y, cual Cenicienta, la zapatilla me quedó perfecto, pude escuchar al fondo las fanfarrias, ver la entrada del castillo, al príncipe esperándome para bailar el primer vals y a los pajarillos levantándome el vestido... Hasta que me informaron que el par de mi zapato estaba "perdido", nadie lo encontraba, estaba M.I.A. A pesar de esto, me mantuve tranquila, esperanzada, le di una hora para que lo buscaran con calma y prometí volver mientras buscábamos un zapato perfecto para el look de la Monga.

Volvimos cuando la angustia comenzó a hacer mella, y ahí me dieron la terrible noticia de que había un zapato izquierdo 36 y uno derecho 37 ¡Alguien se había llevado los pares dispares! ¡Oh, desgracia! Pero igual no me importó, estaba dispuesta a llevármelos así y usar una plantilla. Total, peores cosas he aguantado por un hermoso para de zapatos. Pero no me los quisieron vender porque esperaban que la clienta con los pares-dispares volviera a reclamar.

Ya en plena desesperación y casi con lágrimas en los ojos le pedí a la dependienta que buscara en otras sucursales ese modelo, aunque no tuviera el increíble descuento, pero, claaaaaaro, el sistema marcó que ese era el único par en todas las tiendas.

Así que volví a casa, cansada y con el espíritu comprador roto. ¡Sólo a mi me pasa! Ahora no tengo zapatos para la boda y ninguna ilusión ya de encontrarlos.

¿Cómo es que algo tan tonto (y materilasta) puede generar un sentimiento real de tristeza?

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