junio 10, 2005

Chibabá el sabio

Muerta de hambre, con dolor de estómago, un cólico marca llorarás, con cero energía, depresión premenstrual, muertos en la espalda y un humor de aceituna negra en putrefacción me dirigía a mi estudio-taller-despacho después de haber ido al Globo a comprar un cuernito y un té de manzanilla para desayunar, cuando me encontré en la esquina de mi calle a Chibabá, el personaje más pintoresco de mi familia y cuasi merolico oficial del centro de Coyoacán. Ahí estaba paradito, solo, haciendo nada –aparentemente– como siempre, me saludo con la dicha de alguien que muere por tener una conversación con alguien que no sea él mismo o sus amigos imaginarios, y yo, lo saludé de vuelta con el desgano de alguien que no tiene la más mínima idea de cómo tener una conversación con un personaje como él. Y, como siempre, inició una conversación extraña en torno a las encuestas que siempre te aplican si caminas por este lugar, me hablaba de las encuestas de marcas que siempre evita y de como justo acababa de terminar de responder una encuesta sobre política –yo, mientras tanto, sólo podía pensar en mi cuernito y las ganas que tenía de llegar a mi silla y devorármelo–. Así habló y habló en palabras que mi cerebro rechazaba comprender, de como antes prefería tener un velo y no aceptar la situación política mundial, pero ahora no podía mas que vivir en el pesimismo y asustar con él a la pobre encuenstadora –que sabemos bien no tenía estudios más allá de la secundaria, si bien le fue–, entonces me dijo "sólo quisiera poder mudarme de planeta", y ahí comprendí que Chibabá no es un freak que pesa 50 kg, ni un perdedor que camina solo por Coyoacán y vive con su mamá a sus 45 años, no, Chibabá es un sabio, un pensador de nuestro tiempo y por las noches, sólo en su cuarto, sentadito en su cama individual escribe todos esos pensamientos que, algún día, serán la guía para los pocos sobrevivientes que queden después de los desastres naturales que arrasarán con esta decadente raza humana.

Chibabá tendrá la palabra.

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