julio 20, 2015

De despedidas y recuerdos

El día está por llegar.

Hace 2 años murió mi abuela, la última. Con su muerte se terminó una época y se abrió una puerta por donde pasaron todos mis demonios, mis peores miedos vinieron y me mordisquearon por meses. Para cerrar esa puerta decidí que tenía que deshacerme del lugar en donde estaba ese portal, así que reuní a mi familia y pedí que nos uniéramos para vender esa propiedad que con la muerte de mi abuela habíamos heredado. 

Un año y medio después termina esta empresa, nos despedimos, al fin, de ese lugar en el que yo decidí guardar a mis demonios. 

Ahora que el final llega, descubro que ese lugar no solo es el portal de donde salieron mis demonios, es un lugar lleno de recuerdos que me han forjado. 

Mis abuelos construyeron esa propiedad hace ya 60 años; con su trabajo pagaron cada metro, cada piedra, cada vidrio. Mi madre y sus hermanas crecieron en ella, mi abuelo murió ahí y ahí fue velado, ahí se casaron algunos, se graduaron otros, bailaron su vals algunas más, en fin, ahí vivimos y crecimos en familia. 

Mi subconsciente decidió dividir la propiedad en dos: la casa de mis abuelos, llena de amor y felicidad; y el edificio de la familia, lleno de demonios y rencores. 

En el ejercicio de despedirme pensé en enumerar los recuerdos felices de la casa de mis abuelos, pero mientras rascaba en mi cabeza fui descubriendo que todos esos demonios que invadían el edifico familiar habitan realmente en mi cabeza y que él también guarda recuerdos felices, cubiertos por esa sombra densa que no me dejaba verlos. 

Cada vez que lograba llegar a un recuerdo feliz, algo en mi mente lo cubría y lo ensuciaba. Si pensaba en aquel cuarto de azotea que convertí en mi estudio, llegaba el recuerdo de la tía loca que murió desangrada tras tropezar y golpearse la cabeza; si pensaba en las noches en vela con los compañeros de la universidad, aparecía mi fantasma destruyéndolo todo. 

Llegué a pensar que cuando demolieran ese lugar me liberaría al fin de los demonios y no sentiría más que felicidad. 

Pero hoy, he decidido no dejar que la sombra de esos demonios que se alimentan de mi imaginación me roben mis recuerdos y me impidan despedirme de ese lugar donde crecí con toda la tristeza que esa historia se merece. 

Adiós a la casa de mis abuelos donde escondí las Chaparritas de piña e hice mi primer venta de garage. Adiós a ese edificio donde forjé mis mejores amistades y me convertí en este adulto que hoy soy. 

Y gracias por siempre a ese abuelo que decidió amarnos y darnos este regalo que seguirá acompañándonos a donde sea que vayamos. 

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