marzo 12, 2011

De los 4 que yo tenía...

De la adolescencia pasando a la juventud es esa etapa de la vida en que uno comienza a sembrar su futuro, se estudia una carrera o se elige un oficio para poder ganar dinero, se forja el carácter que nos distinguirá durante la vida, se elige la música, el cine, la lectura y demás alimentos del alma, y se escoge una manada, esos amigos con los que quieres compartir tu vida, tus amores, tus triunfos, tus fracasos, tu vejez. Yo escogí la mía.

Una manada ecléctica, formada por 5 frikis adorables, inteligentes, divertidos, diferentes y maravillosos en su muy particular estilo. Esta singular manada estaba conformada por una exuberante ruidosa niña fresa mitómana, un clavado baterista nerd derechoso melómano, un dulce brillante divertido libre inmigrante, un incluyente alegre fresa pacheco niño de mamá, y yo, una fresa folk artsy fantsy apolítica niña mimada. Esa era mi manada, esa que siempre aceptó más integrantes y fue extendiendo brazos, ese núcleo con el que yo confiaba pasar mis años adultos y compartir una casa de reposo cuando se nos cayeran los dientes y nuestros huesos estuvieran porosos y quebradizos... Ya no.

Poco a poco y por razones tan variadas como misteriosas los fui perdiendo, uno a uno, casi sin darme cuenta.

La primera fue esa risueña sexy chichona con voz ronca que al final de su carrera universitaria nos informó que se iría a un país del norte a estudiar una maestría, en un acontecimiento misterioso desapareció de la faz de la tierra, dejó de escribir, dejó de llamar, su familia nunca más nos dio la cara, se esfumó y nunca nadie la volvió a ver. Así perdí una gran parte de mi corazón... De los cuatro que yo tenía nada más me quedaban tres, tres, tres.

Al segundo que perdí fue al inmigrante inteligente alma gemela con quien podía hablar a corazón abierto por días. Ese murió víctima de uno de esos desastres emocionales provocado por un instante de mal juicio cubierto de lágrimas y arrepentimientos, murió en la explosión generada por años y años de tensión sexual mal manejada y de miedos y traiciones. Me quedé sin nadie con quien hablar, hablar de verdad y sin un pedazo importante de mi corazón... De los tres que yo tenía nada más me quedaban dos, dos, dos.

El tercero aún lo estoy perdiendo, es mi hermano compañero de fiesta viajero experimental niño fresa en negación. Todavía puedo verlo envuelto en una nube negra llena de intolerancia en la que no hay espacio para el diálogo, está detrás de una trinchera en la que si no piensas como ellos eres considerado el enemigo. Y no puedo pasar porque pienso diferente, aún intento acercarme y a veces lo logro, pero siempre juzgada desde una torre alta y con sospecha siempre como si intentara implantar ideas contrarias o bombas molotov, desde un lugar frío de desconfianza. Ahí es donde otra gran parte de mi corazón aún sangra y me hace escribir este post.

El sobreviviente es ese melómano nerd señorcito con plaza, seguro social y una prometida, el creador del lenguaje de nuestra manada, el que más ha caminado en sentido opuesto al mío, pero sin lograr alejarse, diferentes pero siempre unidos. Ese con el que comparto el dolor de la enfermedad, ese con el que aunque a veces sea un macho necio solía pasar tardes abrazada en la cama escuchando música. Ese ahí sigue, firme, lejano en pensamiento y espacio, pero tan cerca de mi corazón, él me da un poco de esperanza, a veces...

De los cuatro que yo tenía nada más me queda uno, uno, uno.

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