Nos dejamos devorar por la culpa o por el dolor del abandono y hacemos cada vez más ásperas nuestras relaciones, esas que, contradictoriamente, necesitamos cerca en esas situaciones de peligro. Estamos, los seres humanos, divididos entre nuestra animalidad y nuestra humanidad, entre nuestra carne y nuestro espíritu. Olvidamos que para poder ayudar hay que estar bien primero.
No puedes nadar con una pierna rota, aún cuando un ser amado se esté ahogando. Si en pleno vuelo se despresuriza la cabina del avión y caen las máscaras de oxígeno, uno debe ponerse primero la suya, estabilizarse y entonces ya ponérsela a los demás*.

Los muy sabios tarjetones de emergencia de las aerolíneas lo han dejado claro por años.
Hoy entiendo y respeto el instinto de aquellos a mi alrededor.
Pero entender el derecho a respirar, no quiere decir que yo no me esté ahogando.
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